Hace dos semanas asistí a las conferencias de mujeres de Coalición por el Evangelio en Indianápolis (TGCW18). Una de las pláticas se llamó “¿Cómo puedo perdonar?”. Me pareció necesario asistir porque hacía algunas semanas me había propuesto trabajar en el perdón.
No es que yo tenga heridas profundas. El Señor me ha protegido de tantas cosas. Pero aún así, el perdonar no es algo que me salga naturalmente. Y he ido descubriendo que a veces aún las ofensas más pequeñas, pueden crear en mí raíces de amargura.
Perdonar es importante
Perdonar es importante para mí porque quiero ser más como Jesús:
“en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados, según las riquezas de su gracia que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia.” Efesios 1: 8-9
Patricia Saladín, durante la plática en TGCW18, mencionó que perdonar era importante por que perdonar es un mandato de Dios.
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
Jesus le dijo: no te digo hasta siete, sino hasta aun setenta veces siete.” Mateo 18:21-22
Yo no quiero ofender a Dios al desobedecer su mandato.
¿Porqué es difícil perdonar?
Una de las razones por las cuales me es difícil perdonar, es porque quiero dar una lección. Me quiero asegurar que la otra persona no vaya a cometer la misma ofensa contra mí. Quiero ver a esa persona arrepentida y con una confesión y disculpa.
Pero esa no es mi responsabilidad. Dios me dice que perdone, que no deje que el día se acabe sin que perdone (Efesios 4:26) y que perdone constantemente. Además, yo puedo orar por mi hermano o amigo que me ofendió para que Dios haga el trabajo en él.
Así es que yo quiero perdonar, y perdonar rápido. Mucho antes de que las ofensas se hagan duras y arraiguen en mi corazón.
Aquí Jesús contó una parábola (una historia con una lección):
Los dos deudores
“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.
A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.
Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.
Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.
Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.” Mateo 18: 23-35 RVR60
Dios, ayúdame a ver qué tan bueno has sido y cuánto me has perdonado de mis maldades. Yo no tengo el derecho de guardar rencor contra alguien mas. ¡Enséñame a perdonar como tu lo haces!